Carolina – Cuando «llegar a destino» termina siendo «la experiencia» del viaje
Soy Carolina Avigliano. Amo viajar y escribir sobre viajes. Recorrí 5 continentes, 60 países e innumerables ciudades.
Aún así, ¡me queda un mundo por explorar!.
Ahora en Buenos Aires
CUANDO “LLEGAR A DESTINO” TERMINA SIENDO “LA EXPERIENCIA”
Unos años atrás hice un viaje bastante largo por India. Parte del recorrido de esa aventura la hice viajando sola por varios rincones del país. Y la otra, junto a mi gran amiga Agostina, en un viaje que terminó marcando un antes y un después para las dos.
Es que India es intensidad en todos sus sentidos. Los colores, los olores, los sabores, nada tiene término medio. Creo que no es un viaje para todos. Pero nosotras supimos sacarle provecho convirtiéndolo en un destino de autoconocimiento personal y muchas enseñanzas.
La anécdota que me gustaría compartirles no habla tanto de un lugar en particular sino acerca de las aventuras que vivimos para conocer ese destino.
Recuerdo que veníamos de haber vivido una experiencia casi mística en las ceremonias de Varanasi, con sus gaths y ofrendas frente al río Ganges. Partimos desde esa ciudad de noche y arribamos a la localidad de Jhansi muy temprano por la mañana.
No teníamos idea de quedarnos allí sino de tomarla como base para visitar Khajuraho y Orcha. Es que, en India, si bien hay una red de ferrocarriles enorme muchas veces no se consiguen tramos directos entre ciudades. Esto hace que haya que pensar estratégicamente a qué ciudad viajar para, desde allí, conectar con los diferentes puntos de interés que tengamos en nuestros recorridos.
En Jhansi, hay una estación de trenes bastante importante. Y como les decía, nuestra idea fue combinar nuestra estadía de dos días en este lugar para visitar la tranquila localidad de Orchha un día y los templos eróticos de Khajuraho en otro.
Pero apenas instaladas en el hotel de Jhansi nos recomendaron que nos apuráramos ya que, según ellos, el tren ya había partido y no nos esperaban 3 sino unas 5 horas de viaje en bus para llegar a la ciudad de los templos eróticos.
Partimos raudamente hacia la estación de buses. Allí, nos esperaba un “micro deluxe” cuyas luces habían dejado de brillar en un tiempo lejano. Los viajes por carretera son toda una aventura en India. Los caminos suelen ser de tierra y más de uno llega con dolores de cintura y cervicales por los constantes repiqueteos de la falta de amortiguación vehicular.
La dicha de viajar en compañía hace mucho más llevaderos estos trayectos largos.
Pero, tras cuatro horas de viaje, nos avisaron que ese bus no llegaba hasta Khajuraho y que teníamos que cambiar de coche. Preguntamos al conductor si había algún inconveniente con el vehículo intentando descifrar sus escuetas respuestas en inglés.
Ni modo, entre gestos y algunos empujones, nos metieron en una traffic junto a otros pasajeros. Al principio todo parecía ir bien. Viajar en un auto es mejor que en un colectivo polvoriento.
Claro, eso fue hasta que el conductor empezó a meter gente a más no poder. Llegamos a ser 23 personas en un auto con espacio para 8. El conductor manejaba con 4 personas al lado. Dos personas viajaban colgadas de la cola de la traffic con la puerta abierta.
La situación era insólitamente peligrosa y las carcajadas no se hicieron esperar.
Era mejor reír que llorar y más vale que valiera la pena llegar a ver los templos del Kamasutra. Obviamente, los chistes con doble sentido estaban a la orden del día…
Recorrimos 10 km en ese vehículo y con esa cantidad de compañeros de viaje.
De pronto, el conductor se detuvo. Nuestras miradas se cruzaron con un cierto destello de alegría ¿Llegamos?, – le pregunté a Agostina.
La alegría nos duró poco. Nuevos gestos apurados que nos indicaron que debíamos subir a una nueva traffic. Jamás entendimos por qué no hicimos todo el recorrido con un mismo auto y chofer. El “viajecito” que en internet decía que llevaba 3 horas nos llevó 6. Esto es algo que también aprendimos allá. Una cosa es lo que dice la web, otra la realidad. Así que, ¡a entrenar la paciencia!
Lo importante era que habíamos llegado sanas y salvas, aunque un poco cortas de tiempo, así que sólo pudimos recorrer los templos principales. De todas formas, quedamos asombradas por la originalidad y supremacía de las construcciones.
Khajuraho es el conjunto de templos hinduistas más grande de La India. Famoso por sus esculturas eróticas, fueron considerados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986.
No se sabe muy bien la razón por la que los templos se decoraron con diversos motivos eróticos. De lo que sí estábamos seguras es que el extenso viaje bien valía la recompensa de la visita.
Pero dije al comienzo que este relato no iba a ser una guía de viaje por Khajuraho (ese bien podría ser otro artículo por escribir) sino acerca de las experiencias vividas para llegar a destino.
Y debo confesar que un detalle no menor fue la vuelta en tren hacia la ciudad en la que nos estábamos alojando: Jhansi.
Nos habían aconsejado no hacer un cambio de buses por la noche así que después de recorrer los templos fuimos para la estación de trenes a sacar nuestros pasajes de vuelta. Nunca nos imaginamos que sacar el ticket a último momento sería una aventura y menos aún la forma en la que viajaríamos…
El andén estaba atiborrado de personas. La gente se empujaba una a otra para alcanzar las angostas puertas de los vagones. Era hacer lo mismo o perder el último tren de regreso de la noche. Metro a metro fuimos alcanzando la puerta. Una vez que logramos hacernos un lugar frente a los demás había que ganar un asiento. Conseguimos las literas de arriba. Claro, tampoco imaginamos que íbamos a tener que estar 5 horas con las piernas sin estirar o que en cada litera irían 5 o 6 personas.
La cantidad de gente que había en ese vagón era inaudita. El calor humano no se quedó afuera y los olores tampoco…
Una madre lloraba a lo lejos porque luego de una larga discusión nadie le cedió el asiento ni le ofreció sostenerle a su bebé, una anciana dolorida (como tantos otros) sentada en el piso del vagón, bebés con calor jugando entre los sacos de granos y otros equipajes. Un tren parado una hora de reloj en una estación fantasma sin saber el motivo de la detención, las piernas agarrotadas sin poder ser estiradas…
El trayecto osciló entre momentos de tentaciones de risas, las penetrantes miradas de curiosidad que tiene la gente de India para con los extranjeros, fatiga, dolores en el cuerpo por no poder encontrar una posición cómoda y un asombro atónito ante lo que estábamos viviendo.
A todo esto, ya era noche cerrada. El tren se detenía en estaciones que no estaban iluminadas. Era imposible entonces, tratar de captar los carteles con los nombres de los lugares en los que nos deteníamos. Y más aún encontrar a alguien en ese vagón que hablase un mínimo de inglés para pedirle que nos avise en qué momento habíamos llegado a destino para descender del tren.
Pero como siempre decimos, algo nos ayudó, habrá sido el destino, la Virgen María, Mahoma, Alá, Ganesha o la suerte misma. Algo hizo que nos entendieran y nos indicaran nuestra estación soñada.
Bajar de la litera fue otro tema. Por fortuna estábamos cerca de la puerta. Aún así recuerden: gente, gente y más gente, equipajes por doquier, bolsas de granos y hasta gallinas que tuvimos que sortear para alcanzar el andén.
Travesía lograda. Y por supuesto que recordamos los maravillosos templos de Khajuraho. Pero nunca jamás olvidaremos lo que fueron estos traslados de ida y vuelta para verlos…
Invitado:
Carolina
Instagram: @cadaviajeunmundo
Facebook: @cadaviajeunmundo
Blog: https://cadaviajeunmundo.com/
Fantástico relato de un viaje a lo desconocido.Juventud, aventura y curiosidad.Gracias.Malka
Exacto Malka!! La aventura y adrenalina que genera lo desconocido. Sin miedos. Sólo con la predisposición a sorprenderse con lo que va ocurriendo.
Qué interesante y intenso lo que pasaran las dos! Pero me reí mucho con » y hasta gallinas que tuvimos que sortear para alcanzar el andén» jejejeje
Jajaja. Si Viviane! Una aventura que no se la van a olvidar más!